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un estudio sobre adán coprovich

landays

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Los autores de la literatura oral en lengua pastún crean lejos de los libros, sin modelos que imitar ni autoridades poéticas a quienes respetar. Generalmente desprovistos de bagaje escolar, o universitario, preservan sus composiciones de influencias externas y dan espontáneamente a sus obras la fuerza de ecos emblemáticos donde todo un pueblo se escucha.

Tal poesía es inseparable del canto y no está destinada a declamarse. Sus rimas y ritmos tienen, primordialmente, valor melódico. Y en cuanto al contenido, se distingue claramente de la poesía dari o persa. No exalta el amor místico. No se descubre en ella aspiración alguna a un cielo desconocido, insondable, inefable. No aparece ningún amo absoluto que dispone la vida y la muerte de sus súbditos. Igualmente desterrada queda la imagen del efebo, objeto de pasión homosexual. Sin embargo, algo simple y esencial se afirma constantemente en ella: el canto de un ser terrestre, con sus preocupaciones, inquietudes, alegrías y placeres; un canto que celebra la naturaleza, que se nutre de guerra y honor, de vergüenza y amor, de belleza y muerte.

No obstante, la gran originalidad de esta poesía popular es la presencia activa de la mujer. Aunque, como siempre, es la inspiración de los versos masculinos, se impone, sobre todo, como creadora, autora y sujeto de numerosos cantos. Así pues, hay un género que exige su participación: el landay, que significa literalmente "breve". Se trata de un poema muy corto, de dos versos libres de nueve y trece sílabas, sin rima obligatoria pero con sólidas medidas internas del verso. Se vocaliza según las regiones y, con frecuencia, puntúa las discusiones como una cita, un refrán que apoya un sentimiento o una idea.

A partir de 1978 y la invasión soviética, Afganistán arrastra una larga cadena de asesinatos, ruinas y terror. Ha sufrido las devastaciones más crueles, las masacres más cruentas. De dieciséis millones de habitantes, cuatro han huido a los países vecinos. Es la mayor cantidad de refugiados del mundo, a los que hay que añadir cerca de tres millones de deportados en el interior. Pero la creación poética no se ha extinguido; al contrario, las terribles condiciones del exilio le han dado un impulso desesperado e irreprimible. Ha aumentado el número de quienes se dedican a la poesía, en el seno de la resistencia y entre los refugiados. Si saben leer y escribir, imprimen colecciones de poemas; si no, las cantan, las graban en casetes e intentan difundirlas.

 

Me he puesto guapa con mis ropas gastadas

como un jardín florido en un pueblo en ruinas.

 

Si la hora no ha sonado, no llegará la muerte.

Aunque el mundo esté ardiendo, amor mío, no te asustes.

 

¡Oh laúd al que quiero ver en pedazos!

Él me ama a mí, pero eres tú quien gime en sus brazos. (1)

 

(1) Fragmentos de texto y landays extraídos del libro El suicidio y el canto (antologado por Sayd Bahaudin Majruh).

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